OPINIÓN
La Columna - La industria se adapta a nuestro entorno
Si sois asiduos a este espacio sabréis de mi particular gusto por la evolución del medio. Sin más, ya os hablé de los videojuegos de 2015 que creía que habían aportado más innovaciones a la industria, junto a lo que os mostré la semana pasada, comentado la proliferación de esos mundos persistentes que parecen haberse asentado en nuestro medio. Al final, podemos llegar a la conclusión de que la industria se adapta a nuestras exigencias y gustos, proporcionándonos aquello que queremos.
La semana pasada lo dejaba bastante claro con el caso de 'The Order 1886', que el año pasado sirvió para que las grandes compañías se dieran cuenta de que, al menos a día de hoy, los usuarios y una buena parte de la prensa especializada rechazan los juegos cortos y que ofrecen pocas opciones. Eso nos llevó a ver esa proliferación de mundos perennes, ya que las grandes compañías han deducido que para que un usuario gaste un buen dinero (70 euros, para ser exactos) debe estar convencido de que ese juego va a servirle como entretenimiento durante bastante tiempo.
Sin embargo, a veces tenemos la extraña sensación de que nuestro medio no ha evolucionado y seguimos contando con los mismos elementos de hace unas décadas pero con unos gráficos mejores. Es decir, seguimos comprando los mismos regalos con la única diferencia de que esta vez los envoltorios son más bonitos. Podría estar un poco de acuerdo con vosotros, porque está claro que no todos los juegos aportan innovación al medio ni tampoco lo pretenden, pero hay algo que me ha ocurrido recientemente que es lo que quiero contaros y a lo que me prefiero ceñir esta semana que confirma lo contrario.
Jugar a 'Turok', en 2016, nos da una clase de la historia de los videojuegos tan eficaz que ya quisieran algunos libros. Ya sabéis, más vale una partida que mil palabras.
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