CRÍTICA

Crítica 'War Machine' (Máquina de guerra), la película de Brad Pitt en Netflix

Brad Pitt protagoniza la sátira bélica que reflexiona sobre la hipocresía colonizadora de la guerra moderna, y el fanatismo en las fuerzas armadas.

Por Xose Llosa 30 de Mayo 2017 | 22:45

'War Machine', 'Máquina de Guerra', es el primer gran proyecto en el que Brad Pitt se implica directamente para Netflix. También la primera para Netflix de David Michôd, que escribe y dirige. Sin embargo, y manera indiscutible, esta es una cinta creada por y para el de 'El Club de la Lucha'. Con un mensaje antibelicista, en cierto punto como una crítica al sistema, y en todo caso como una caricatura de la guerra moderna, Pitt se mete en el pellejo de un excéntrico, efectivo y narcisista General Glen McMahon llamado a poner fin al conflicto afgano.

No es la primera vez que Brad Pitt se embarca en un proyecto para Netflix. Antes de 'War Machine', con su productora Plan B, sacaron adelante la desconcertante serie 'The OA'. Ahora pega un paso decidido con esta película indiscutiblemente nominal. Un momento de máxima controversia para el cine destinado al streaming, tras la guerra abierta que Almodóvar y los de Cannes han planteado sobre estas producciones. El argumento de la desconexión entre el jurado de Cannes y la realidad se aviva con la implicación de rostros cada vez más y más reconocibles en plataformas cien por cien domésticas. Sin embargo, y sin la intención de argumentar sobre esto más de los necesario, más allá de los rostros y el peso que se aloja en las producciones streaming, posiblemente nos enfrentamos al hecho irreductible de que la obra necesita estar por encima del formato. En el otro plano de este debate, los artistas del celuloide crean sus películas para la sala de cine, y en lo intrínseco de la composición visual el hecho de ver una cinta en pantalla de cine o en un televisor implica un sesgo sobre la representación estética de la obra. Yo abriría otra brecha, y es que me niego a pensar que el cine como teatro desaparezca, desapareciendo así el último acto social vinculado a la cultura que podríamos denominar de masas. Compartir una sala de cine es, o debería ser, un acto compartido a defender con uñas y dientes. Caminando en esta escala de grises que planteo, me resulta difícil no simpatizar con el que defiende el cine como teatro, como comportamiento social compartido. Me resulta difícil no posicionarme en este caso -como en casi todos- con Almodóvar, sin negar la frecuente calidad, o al menos la ambición, de la producción de Netflix.

Netflix, el cine y la tradición

Netflix rompe las reglas de la distribución fílmica, y abre así las puertas a un público masivo para ideas aparentemente arriesgadas. Si bien 'War Machine' no es una película especialmente rompedora, sí es una producción cuya idea me agrada con su intentona de sátira débil, en la que nos tratan de mostrar lo más sórdido de la guerra colonizadora moderna. El gobierno norteamericano se embarca en Oriente Medio en una sucesión de enfrentamientos conquistadores a fin de extender de manera más o menos velada su imperio. La labor del ejército va más allá de lo bélico, tomando el deplorable papel de misioneros. Misioneros llamados a evangelizar, a extender el credo de la pseudo-democracia estadounidense, a imponer el control moral, político y económico allá donde pisan.

Sin una intención moralizante -probablemente en mi artículo haya mucho más de moralina que en el filme-, la cinta de David Michôd se escuda en su primera mitad en la cortina del humor, para enfrentar al espectador sobre la incongruencia de las guerras de USA en Oriente Medio. Guerras que, como apuntan en el filme, son imposibles de vencer. Todo se conduce con la voz en off de un narrador ingenioso, y la figura de Brad Pitt, aquí el general McMahon.

Cuando las cosas están verdaderamente paralizadas en Afganistán este alto mando del ejército, heroico, fanático, narcisista, cargado de los tics propios de quien se ha enamorado de manera pasional del estrés más insufrible, es llamado para terminar la operación. El papel evangelizador del colonizador más extraño del ejército convierte la misión de "terminar la guerra" con la intención de "ganar la guerra". Pretende someter moralmente al pueblo afgano, y confía a ciencia cierta en su capacidad de éxito. La película deja a un lado el contexto militarista en cierto punto, para centrar el foco sobre la figura de este hombre. Así, pronto se olvida de contar sobre contradicciones de la guerra moderna, para convertirse en una película sobre el liderazgo moderno, y también todas sus contradicciones asociadas.

La hipocresía de la guerra

Si la primera parte es la sátira de la batalla de Oriente Medio, la segunda mitad es la sátira de los libros de autoayuda. McMahon es el líder que cabe esperar del que ha devorado las estanterías de autoayuda de las librerías, el que sigue con tino los "diez pasos para ser un directivo ejemplar", el que cabalga sobre la doctrina para "implicar a tu equipo en la senda del éxito", el que, en el fondo, camina acompañado de su carisma en la interminable autopista del narcisismo más morboso. Su autopista culmina en la asimilación racional del imposible: ganar una guerra que no se puede ganar. Confía, sin duda, en que esta posibilidad está al alcance de su mano y sólo puede ser amenazada por la "gente tóxica". Esto es, la gente racional.

La primera parte de esta cinta es más llamativa, más divertida, más ingeniosa. La segunda parte es más necesaria. Ya sabemos que Estados Unidos siente una excitación sexual como estado-nación ante la posibilidad de sometimiento, el empujón de Trump a Dusko Markovic en su viaje a Europa representa ese carácter aplastante de manera gráfica. Sin embargo, no es tan habitual reírse abiertamente del engaño de la autoayuda. Porque, como producto de la burda literatura del éxito personal, McMahon termina resultando más ridículo que efectivo, y eso "hace risa".

En conclusión

Sin embargo, de todo este batiburrillo resulta en una película que cabalga entre lo entretenido y lo predecible, sin mostrarse en casi ningún momento verdaderamente interesante. Quizá porque falte acidez a su sátira, o simplemente porque narra una vez más una historia que ya conocemos muy bien, pero ni el Pitt más físicamente cambiado que hemos visto nunca, y también el más divertido, logra levantar verdaderamente el interés sobre esta sucesión predecible que firma David Michôd. A pesar de que en la cinta encontramos a Topher Grace, Emory Cohen, Anthony Michael Hall o Anthony Hayes, me resulta aburrido escribir sobre ellos, ya que, como decía, esta es una película pensada y creada por Brad Pitt y para Brad Pitt. Sólo para él.